domingo, agosto 19, 2007

La Triple A: informe completo

El informe que justifica el posteo anterior

¿Porqué la Triple A?

El período a analizar es el comprendido entre 1973 y 1976, años vertiginosos en los que nuestro país vivió la caída definitiva de la “Revolución Argentina”, el regreso del peronismo al poder, la muerte de Juan Domingo Perón y el salvaje gobierno de Isabel Martínez y José López Rega, el preludio para la dictadura más sanguinaria de la historia de la Nación.
La “Alianza Anticomunista Argentina” no fue solamente el fruto del accionar de fanáticos mesiánicos. Se trató de una organización que nucleó los intereses de diversos sectores del conservadurismo, la burocracia sindical, la derecha peronista, las fuerzas armadas y la policía. Asimismo, lejos de ser una mera expresión criolla de fascismo visceral, contó con el apoyo de organizaciones internacionales de ultraderecha y de los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos.
Más allá de comprender la brutal barbarie de este heterogéneo cuerpo paraestatal, la complejidad del período histórico hace de la Triple A un tema de estudio sumamente interesante. Porque analizar a la Triple A implica una larga serie de interrogantes sobre la historia argentina y las corrientes políticas de la época. ¿Qué roles cumplieron la Internacional Negra y la CIA? ¿Cuáles eran los intereses de López Rega? ¿Cómo es posible que Perón no reaccionara ante la violencia de los sectores reaccionarios? ¿Cómo es posible que grupos como la Triple A y Montoneros nacieran, ambos, del peronismo? ¿Cuál era, en definitiva, la “verdadera” naturaleza del movimiento peronista?
Ezeiza fue un factor determinante, pero la corriente de violencia crecía desde la “Revolución Libertadora” de 1955, y el militarismo había venido (parecía que para quedarse) en 1930. El bombardeo a Plaza de Mayo, regímenes autoritarios, la masacre de José León Suárez, democracias endebles, el onganiato, los fusilamientos de Trelew... todo contribuyó al estallido de violencia que hoy en día, lamentablemente, muchos recuerdan como “la época de ‘la subversión’”.

El objetivo es, una vez más, el de comprender a la Triple A como fenómeno, los intereses que estaban en juego y cómo se vio reflejada su influencia en las vidas de los argentinos.


Orígenes de la Triple A: derecha peronista y burocracia sindical

Un aspecto fundamental a tener en cuenta es que la Triple A no fue una milicia homogénea al servicio de un capitán de rabioso anticomunismo. Más que nada se trató de diversos elementos parapoliciales que actuaron, eso sí, amparados por el Estado. Esto se ve reflejado, más que nada, durante la presidencia de Isabel Martínez, luego de la muerte de Perón el 1 de julio de 1974. En los gobiernos de Héctor Cámpora y Juan D. Perón, sus acciones más espectaculares fueron Ezeiza y el “Navarrazo”, respectivamente.
El Ministro de Bienestar Social, José López Rega, fue el principal propulsor y jefe de lo que sería luego esta fuerza de choque de ultraderecha. Claro que, durante la presidencia de Cámpora, el carácter de la organización era más bien conspirativo y todavía no actuaba con total impunidad. En la masacre de Ezeiza, en 1973, pudo verse en quienes la organizaron un primer cuadro de la alianza: José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel representando a la burocracia sindical, el coronel Jorge Osinde, Alejandro Giovenco (guardaespaldas de Miguel), Norma Kennedy y el general Miguel Ángel Iñiguez. El objetivo era claro: con la ayuda de mercenarios y agentes internacionales, montar un operativo que impidiera que la izquierda peronista “copara” el acto del retorno definitivo de Perón a la Argentina. Vale destacar que Montoneros y las FAR se habían movilizado para llevar la mayor cantidad de gente posible a Ezeiza, demostrando una clara mayoría en la recepción (los cálculos de cuántas personas asistieron al acto oscilan entre 500.000 y 2.000.000).
El operativo resultó en un éxito rotundo para la derecha. Utilizando como pretexto que “Montoneros quería atentar contra Perón”, los militares y mercenarios abrieron fuego sobre las desarmadas columnas de “la Tendencia” y realizaron arrestos masivos, dejando un saldo de 13 muertos identificados y aproximadamente 400 heridos. No sólo lograron la destitución de Cámpora, alejando a la Tendencia del gobierno, sino que además dejaron en claro que, por su parte, encaraban una guerra total.
Ahora bien: ¿quiénes eran Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci, y qué hacían organizando una carnicería contra el pueblo peronista? Es necesario remontarse a la figura de Augusto Timoteo Vandor y una concepción del peronismo que existía desde 1955, cuando el secretario de la CGT se presentó ante el general Eduardo Lonardi. El vandorismo pretendía lograr un acercamiento entre el sindicalismo y los militares. Mediante el fraude electoral y la colaboración con el gobierno de turno, Vandor se desprendió totalmente de la “Resistencia Peronista” y se aseguró la conducción de la Unión Obrera Metalúrgica en 1963.
Durante el gobierno de Onganía, todos los sindicatos que no reconocieran al régimen fueron prohibidos. Vandor, por su parte, acompañó a Onganía luego del derrocamiento de Illia y negoció con los militares, valiéndose de su influencia en las “62 Organizaciones”. Los sindicatos vandoristas no fueron intervenidos.
Vandor, sin embargo, no logró su objetivo. Su actividad sindical careció de sustento popular y estuvo destinada a consolidar una hegemonía de la cúspide del sindicalismo (representada por Vandor y su séquito) y los militares, los “hombres fuertes” que guiarían al país. Vandor fue asesinado en 1969 por un grupo pro-Montonero, pero la acción no puso fin a la corrupción sindical. Lorenzo Miguel, tesorero de Vandor, asumió como secretario general de la UOM. Rucci, por su parte, pasó de Secretario de Prensa de Vandor a Secretario General de la CGT.
Ambos se mostraron más hábiles en sus relaciones con el poder. Onganía caería junto con la dictadura y los burócratas se acercaron nuevamente a la figura de Perón. Claro que manteniendo sus políticas elitistas y desde un lugar muy alejado del de las bases obreras. Rucci trabajó junto con López Rega para crear un grupo de choque que alejara a la izquierda de la conducción del peronismo. Miguel mantuvo una posición de neutralidad aparente, pero su milicia de mercenarios y asesinos comandada por Alejandro Giovenco siempre estuvo disponible para los intereses de la Triple A.

López Rega e Isabel Martínez de Perón compartían inquietudes con la burocracia. Querían asegurarse a toda costa la conducción del peronismo, cuando veían la muerte de Perón como un suceso inminente. López Rega, vinculado con la logia fascista "Propaganda 2" y la Internacional Negra, se valió de elementos de contrainsurgencia para neutralizar la actividad de la izquierda. En la intimidad con Perón mostró siempre una grosera obsecuencia que le valió el desprecio de otros miembros del séquito fascista del general.
Lo que supo hacer López Rega fue juntar a la ultraderecha tradicional de los militares, a la derecha peronista (¡que tenía por integrantes a ex-miembros de la Revolución Libertadora!) y a elementos nazi-fascistas de Europa y Estados Unidos. Todos ellos juntos para combatir al fantasma del marxismo internacional, cuya presencia en los intelectuales, militantes, progresistas, sindicalistas, periodistas y el sinfín de inocentes que la Triple A masacró es altamente cuestionable.

Durante el gobierno de Perón, que arrasó en las elecciones de septiembre, la actividad de la Triple A fue limitada, pero se consolidaba lentamente. El asesinato de Rucci (que más tarde se atribuyeron los Montoneros) le dio a López Rega el pretexto perfecto para insistir con su fuerza de choque. Perón, si bien se opuso, nunca expulsó a López Rega de su gabinete, y no reaccionó luego del primer atentado firmado por la Triple A, a fines de 1973. Una bomba plástica fue colocada en el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, que sobrevivió al atentado con quemaduras en las piernas. Un día antes, había recibido una carta cuyo único contenido eran las siglas “AAA”.
No hay que engañarse al decir que la Triple A actuó solamente a partir de la muerte de Perón. La presidencia de Isabel Martínez representó el apogeo de la organización, pero ya en 1973 llevaba a cabo crímenes que no se atribuía (claro que sin el carácter tristemente masivo de Ezeiza).
El 10 de junio de 1973, militantes de la izquierda peronista realizaban un acto en José León Suárez conmemorando a los fusilados de 1956. En medio de la ceremonia, un auto se detuvo frente a los presentes y bajaron varios sujetos armados que integraban la Juventud Sindical, creada por Rucci. Los hombres abrieron fuego, dejando un saldo de 1 muerto y varios heridos, volvieron a subir al auto y huyeron.
Desde el Ministerio, López Rega permitió que los asesinos de la Triple A actuaran amparados en las estructuras policiales. Así, los agentes secuestraron y asesinaron a los militantes de izquierda, al mismo tiempo que colocaban bombas en los locales de la Tendencia Revolucionaria. La Juventud Sindical, dirigida por Aníbal Martínez, realizó reiterados ataques contra los militantes. Se inauguraba en argentina la tradicional metodología de la OAS francesa: secuestro-interrogatorio-muerte. Por lo general, se llevaba a los prisioneros a un lugar descampado y todos los miembros del comando les descargaban ráfagas de ametralladora. Sembraban así el terror tanto en militantes como en vecinos y sindicalistas. Era común que, luego de atribuir los crímenes a la guerrilla, los matones y asesinos se presentaran como “protectores de los sindicatos”. Cada acción, con todas las consecuencias que implicara, estaba destinada a afianzar el poder de los grupos de ultraderecha en los aparatos estatales y sindicales.
El secretario general del peronismo, Juan Manuel Abal Medina, sufrió 2 atentados de los que sobrevivió, y en ambas ocasiones le dijo a Perón que habían sido perpetrados por la Triple A. El general, distanciado del movimiento juvenil al que había apoyado desde el exilio en Madrid, le respondió que los atentados eran llevados a cabo por “la subversión” y por “grupos irresponsables”.
En 1974, a fines de febrero, tuvo lugar la acción de mayor envergadura de la Triple A con Perón vivo. En Córdoba, el gobernador Ricardo Obregón Cano destituyó al jefe de la policía local, el coronel Antonio Domingo Navarro, y el resultado fue un levantamiento amparado por la ultraderecha. Navarro armó a 200 militantes y encabezó un golpe que reprimió brutalmente a los opositores (dejando un saldo de 20 muertos) y que culminó con el arresto de Obregón Cano, el vicegobernador Atilio Hipólito López, legisladores y sindicalistas. El “Navarrazo” fue una muestra de la impunidad total con la que operaban los grupos de ultraderecha. Las instituciones, quedó demostrado, estaban al servicio de operaciones brutales e inconstitucionales. Las que no, mantenían un cobarde silencio o eran reprimidas por las bandas armadas. Bandas amparadas por elementos del Estado, pero que nadie, ni el mismo Perón, reconocía. El discurso del oficialismo hablaba de una violencia que imperaba por culpa del “extremismo marxista”, “la subversión” o la “guerra terrorista”, utilizando una terminología apocalíptica con una doble función: negar las responsabilidades de la Triple A en los atentados y, al mismo tiempo, cargar las tintas sobre las organizaciones guerrilleras.
El 11 de mayo de 1974 la Triple A asesinó al sacerdote Carlos Mujica cuando salía de la iglesia de San Francisco Solano. Mujica había realizado trabajos junto con el Ministerio de Bienestar Social hasta que los enfrentamientos con López Rega lo hicieron abandonar la institución. Mujica había estado vinculado a los Sacerdotes Tercermundistas y durante su actividad realizó obras a favor de los pobres. Su relación con los desamparados lo llevó a vincularse con Montoneros y el peronismo.

Sin embargo, esta fue solamente la primera etapa. La Triple A no se adjudicaba la mayoría de sus crímenes porque todavía no podía actuar con total impunidad. Perón, aún luego de la muerta de Rucci, se negaba a responder con la violencia parapolicial argumentando que se contaba con un “sistema judicial” y, como había dicho en las negociaciones con Lanusse “a la violencia no se la combate con violencia, sino con justicia social”. En la práctica, sabemos que la Triple A operaba de todas formas, pero esa era la postura oficial.
Antes de morir, Perón dejó perfectamente armado el aparato que operaría después. Había asignado la conducción de la Policía Federal a los reaccionarios Alberto Villar y Luis Margaride para luego nombrar a López Rega como Comisario General. La Triple A no vomitaría todos sus horrores hasta la muerte de Perón el 1 de julio de 1974, con la virtual presidencia de Isabel Martínez y la nefasta figura de López Rega manejando los hilos desde atrás.


López Rega, constitución de la Triple A y elementos internacionales

José López Rega fue una figura en la que se mezclaron lo bizarro, lo patético y lo siniestro. Comenzó su carrera en el aparato estatal ingresando a la policía, donde alcanzó el rango de cabo. Durante la Revolución Libertadora fue trasladado a la Guardia de Infantería, donde conoció a Alberto Villar. Como buen peronista de derecha, este hombre que había concurrido a la jornada del 17 de octubre de 1945 ahora se dedicaba a reprimir a los integrantes de la Resistencia.
López Rega abandonó la policía en 1962. En julio de 1966, viajaba junto a Isabel Martínez hacia Madrid. ¿Qué ocurrió en el medio? Una de las teorías dice que el mayor Alberde lo recomendó a la esposa de Perón como guardaespaldas, cuando ésta viajó a la Argentina a apoyar a los candidatos peronistas en las elecciones para gobernadores (recordemos que la oposición interna del peronismo tenía un fuerte baluarte en el vandorismo).
Se habla también de vinculaciones con la “Logia Anael”, de la que López Rega habría formado parte en 1963. La Logia, de origen justicialista, habría vinculado a López Rega con Isabel Martínez en 1965. Resulta llamativa la teoría de que el ex-cabo extrajera de la Logia las siglas “AAA”. Como defensores de “la tercera posición” justicialista, el objetivo de la organización era formar un bloque entre los países de Asia, África y América Latina.

Una vez en la España Franquista, López Rega tuvo 2 logros fundamentales: el control casi total de la intimidad de un Perón vapuleado por los años y el apoyo de la Internacional Fascista. Tanto a Perón como a Isabel los cautivó con rituales de curandería y otro tipo de prácticas esotéricas, mientras demostraba un servilismo obsecuente y descarado. Sin embargo, sus vínculos con los agentes nazi-fascistas demostraron que su figura no era para nada risible.
La Logia P-2, de la que López Rega fue luego integrante, nació como una organización destinada a combatir el avance del Partido Comunista en la Italia de pos-guerra. Esta asociación entre el financista Michele Sindona y Licio Gelli (que poseía una inmensa estancia en la localidad de Tandil) reubicó, con la ayuda de la CIA, a numerosos criminales de guerra nazis, fascistas y ustachas para que combatieran al comunismo. A Argentina llegarían criminales de renombre como Joseph Mengele y Mile Ravlic, quien integraría luego la custodia de Perón. Licio Gelli y Gian Carlo Valori, integrantes de P-2, se entrevistarían con Perón en presencia de López Rega.
Gracias a las negociaciones con el embajador estadounidense en España, Robert Hill, López Rega consiguió movilizar a la peor escoria del aparato anticomunista internacional en función de sus mezquinos intereses para con el peronismo.
Cuando el ex-cabo le habló de su preocupación por la “infiltración marxista en el peronismo”, Hill lo puso en contacto con el coronel Máximo Zepeda, sanguinario represor guatemalteco amparado por la CIA. Zepeda facilitó a López informes del “Plan Yakarta”, la operación que exterminó a 1.000.000 de “comunistas” en Indonesia. Los manuales de Zepeda decían que “era necesario eliminar a los dirigentes políticos y sindicales, a los religiosos progresistas, a los periodistas opositores; a los cuadros medios destacados en tareas de movilización, agitación y propaganda; e indiscriminadamente, al activismo para aterrorizar al conjunto” (Ignacio González Janzen, “La Triple-A”).
En 1973, la administración del presidente estadounidense Richard Nixon trasladó a Robert Hill a Buenos Aires. Claro que la actividad de la CIA venía ya desde la época de Vandor, cuando la embajada de los Estados Unidos pretendía integrar los sindicatos al régimen de Onganía. En los años siguientes, la embajada ofrecería cursos de contrainsurgencia disfrazados de “seminarios de la Interpol contra el Narcotráfico”.
En 1972, el ex-torturador de la OAS (Organización del Ejército Secreto) Jean Marie Le Pen (que en el año 2007 fue candidato a Presidente en Francia) manifestó públicamente que la Internacional Fascista apoyaría a las organizaciones que quisieran impedir el acceso del marxismo al poder. Esta declaración sería relacionada, más tarde, con los sucesos de Ezeiza.
La OAS había surgido en la guerra de Argelia en la navidad de 1960. Resumía los métodos más viles de la “guerra sucia”: atentados con explosivos, secuestros, torturas... una aberrante metodología de la cual sus artífices luego dieron clases en Latinoamérica.

Con todo el aparato montado, la Triple A actuó en Ezeiza en 1973. Los jóvenes arrestados fueron conducidos al Hotel Internacional y sometidos a torturas mientras escuchaban ráfagas de ametralladoras en los cuartos contiguos. Quienes declararon aseguraron haber escuchado los jefes del operativo hablando en francés, mientras que los milicianos los llamaban “argelinos”. Las declaraciones del mayor salvadoreño Robert D’Aubuisson después de su arresto dejaron en claro que la OAS estuvo fuertemente vinculada con los grupos de ultraderecha en América Latina. El informe policial luego del atentado contra Solari Yrigoyen reveló que la bomba utilizada era similar a las bombas plásticas que utilizaba la OAS.
El aparato argentino, por su parte, ya estaba fuertemente consolidado. Actuaba bajo el amparo policial y los militares ya habían garantizado su apoyo. La UOM de Lorenzo Miguel contó con una gran suma de fondos que le permitió formar una legión de mercenarios comandada, entre otros, por Alejandro Giovenco, que a fines de 1973 garantizaba la posibilidad de “armar a 10.000 hombres en 24 horas”. Una escalofriante muestra del poder y la práctica impunidad de la que gozaban los sectores más reaccionarios del fascismo nacional.
Giovenco murió en circunstancias confusas cuando le explotó una bomba que llevaba en el maletín mientras salía de la sede de la UOM. Sin embargo, la actividad de la milicia de Lorenzo Miguel se mantuvo y sus custodios participaron de numerosos atentados contra la Tendencia Revolucionaria en 1974. Cuando nacieron los conflictos entre Miguel y el gobernador bonaerense Victorio Calabró, hubo una larga cadena de purgas y venganzas que no concluiría hasta el golpe militar de 1976, cuando la custodia de Miguel se dispersó, al mismo tiempo que fueron eliminados gran parte de los archivos de la UOM.
Para esta altura, la Triple A ya contaba con la presencia de veteranos militantes de organizaciones de la reacción católica como Tacuara y los jóvenes de la Guardia Restauradora. Fanáticos mesiánicos que, inspirados por la ideología de teóricos católico-fascistas como Genta y Meinville, buscaban encarar una guerra contra el marxismo, el judaísmo y la masonería.

Cuando Cámpora ganó las elecciones, se sabía que Perón tenía un particular interés en el Ministerio de Bienestar Social, ya que había puesto a un miembro de su círculo más personal: López Rega. Al principio era una figura ridiculizada por la Juventud Peronista, pero cobró importancia luego de Ezeiza. Pese a los reclamos de Montoneros, Perón no sólo no lo destituyó sino que además lo nombró vocero ante la JP.
Algunos sectores de la sociedad, peronistas o no, creían que la llegada de Perón iba a servir para “calmar las aguas”. Sin embargo, provocaciones como las de José León Suárez y Ezeiza encontraron respuesta en el asesinato de Rucci. Aún no se sabe si los Montoneros lo mataron o utilizaron su muerte. Lo que sí es cierto es que el hecho contribuyó a acentuar la inestabilidad política, y fue un factor decisivo para la ruptura definitiva entre Perón y los Montoneros.
¿Hacia donde iba a inclinarse ahora Perón? Montoneros y las FAR habían contribuido a derrocar al régimen militar que lo mantenía en el exilio. ¿Porqué ahora se mostraba tan contrario a la “juventud gloriosa” que “dejaba su sangre” luchando por la libertad? El hecho es que Perón se volcó hacia la derecha. Cámpora había sido destituido y ahora sus hombres más cercanos eran gente como Lastiri (yerno de López Rega), Isabel Martínez, el criminal de guerra ustacha Mile Ravlic y López Rega. “El Brujo” López Rega, cuya siniestra influencia sobre el peronismo, Perón e Isabel crecía sin detenerse.


Presidencia de Isabel Martínez: López Rega en el poder

Las contradicciones del movimiento peronista que ni el mismo Perón fue capaz de manejar en vida, estallaron por los aires luego de su muerte en 1974. Perón, político excepcional, había hecho malabares entre izquierda y derecha en función de permanecer en el poder. Su ambigüedad y elocuencia lograron algo que parecía imposible: lograr la “unidad” de polos que parecían irreconciliables, lograr que tanto sectores del marxismo como de la ultraderecha católica desfilaran bajo la bandera del movimiento peronista. ¿Cómo no convertirse en el mayor líder de masas de la historia argentina? ¿Cómo consolidar una sólida oposición si el movimiento acaparaba a tantas ideologías distintas? Perón hizo lo que pudo para arbitrar las contradicciones que, si bien serían fatales, le permitían acaparar un poder inimaginable. Porque dentro del peronismo estaban los revolucionarios Montoneros que mataron al “gorila” Aramburu y abrieron camino a su retorno definitivo, pero también los sicarios de la Triple A que masacraron al pueblo en Ezeiza y a los veteranos de la Resistencia.

Cuando Isabel se hizo cargo de la presidencia nadie esperaba nada de sus aptitudes políticas. Por el contrario, se sabía que la persona que manejaba realmente el gobierno era nada menos que López Rega. El 5 de julio Isabel organizó una reunión en Olivos convocando a las figuras políticas más relevantes de la Argentina y a todos los miembros del gabinete, excluyendo a López Rega. La presidenta montó una farsa en la que preguntó a los presentes si creían que era conveniente la permanencia de López Rega en el gobierno. Quienes se sumaron a la severa crítica de Ricardo Balbín fueron los ministros Jorge Taiana (Educación), Benito Llambí (Defensa) y Ángel Federico Robledo (Interior). Todos fueron despedidos el 13 de agosto y reemplazados por Oscar Ivanissevich (fascista declarado), Adolfo Savino y Alberto Rocamora, respectivamente. La primera muestra política del totalitarismo que encaraba la dupla Martínez-López Rega. Las medidas de Ivanissevich fueron casi inmediatas: las clases fueron suspendidas en las facultades sin que se diera explicación alguna. Cuando la actividad se reanudó, las puertas de las facultades estaban custodiadas por agentes de la policía que realizaban cacheos a los estudiantes. Tal era la paranoia del oficialismo.
La Triple A, por su parte, dio rienda suelta a todas sus sangrientas fantasías. Para dar una muestra del cambio radical que hubo a partir de la muerte de Perón, basta con decir que “entre julio y septiembre de 1974 se produjeron 220 atentados de la Triple A –casi 3 por día-, 60 asesinatos -uno cada 19 horas-, y 44 víctimas resultaron con heridas graves. También 20 secuestros;1 cada 2 días” (Ignacio González Janzen, “La Triple-A”).
Tal y como indicaban los manuales de Zepeda, la Triple A focalizó sus atentados contra la población civil que denotara progresismo o estuviera vinculada (podía ser por simpatía) a la Tendencia. No hubo acciones de envergadura contra las organizaciones guerrilleras: en parte porque era riesgoso y difícil, en parte porque podían obtener los mismos efectos masacrando a civiles desarmados. Se sabe, sin embargo, que podían interrogar a los peronistas antes de matarlos, pero debían eliminar a cualquier prisionero del ERP de inmediato. De cualquier forma, lograron su cometido, despojando al peronismo y a la nación toda de brillantes ideólogos y hombres excepcionales, así como minando la Tendencia Revolucionaria del Movimiento.
En los mismos funerales de Perón, la custodia de Miguel secuestró al obrero Eduardo Romero, en el medio de la calle y a la vista de sus compañeros. Al otro día apareció su cadáver acribillado.
El 31 de julio la Triple A asesinó al diputado Rodolfo Ortega Peña, militante de la Resistencia, abogado defensor de presos políticos y firme crítico del lopezrreguismo. En su sepelio, el comisario Villar (fiel a su estilo aberrante y carente de cualquier escrupulosidad) intentó que sus hombres arrebataran el ataúd, tal y como había hecho con los féretros de los fusilados de Trelew.
Era común el escarmiento de familias enteras para atemorizar a los demás, ya fuera con un secuestro masivo o colocando una bomba en la casa del condenado. La Triple A solía enviar información a los medios para adjudicarse los crímenes que había cometido o bien para anunciar el nombre de sus futuras víctimas. Esta última era la manera en la que los terroristas “sugerían” a los mencionados que se marcharan inmediatamente del país (casos de Luis Brandoni y Nacha Guevara, para ilustrar). Los amenazados sabían que la sentencia seguramente se concretaría.
Pocos políticos condenaron los crímenes de la Triple A y su complicidad con el gobierno de Martínez. El clero, por su parte, tampoco realizó ninguna denuncia. El histórico líder del radicalismo, Ricardo Balbín, entregó un detallado informe a Isabel Martínez sobre la actividad de la Triple A, denunciando las actividades terroristas. Un gesto político digno, que puede atribuirse a la ingenuidad de Balbín al suponer que el Estado no amparaba la violencia extremista, o bien a su deseo de evidenciar públicamente esta complicidad. En cualquiera de los 2 casos, vale destacar el coraje de Balbín. Se supo luego que la Triple A planeaba asesinar a Balbín y culpar luego al ERP. Afortunadamente, se descubrió el complot y el dirigente salvó su vida.
El 16 de septiembre secuestraron y fusilaron a Atilio López, el ex-vicegobernador de Córdoba destituido por el Navarrazo. El 20 de ese mismo mes asesinaron a Julio Troxler, jefe de policía en 1955 que renunció luego del golpe militar. Había sobrevivido a la masacre de José León Suárez y actuaba como destacado miembro de la Resistencia.
El asesinato de Silvio Frondizi, hermano del ex-presidente Arturo, conmovió a la Tendencia Revolucionaria e incluso a los militantes del ERP. A plena luz del día, un comando de la Triple A entró a su casa, lo sacó a la fuerza, mató a su yerno Luis Mendiburu y lo encerró en un auto a la vista de los transeúntes. Como tantas otras víctimas de la Alianza, apareció al otro día muerto con ráfagas de ametralladora.
La Triple A también participó en la intervención universitaria del rector Ottalagano, realizando purgas masivas en las universidades de La Plata y Buenos Aires.
En ocasiones, los crímenes estaba dirigidos contra militantes de derecha, ya fuera por discrepancias o sospechas. Lógicamente, atribuían los crímenes a la guerrilla falseando comunicados entre los guerrilleros.
El gobierno, sin embargo, se debilitaba. La oposición estudiantil se mantuvo firme ante la intervención de Ottalagano, forzando su renuncia. El 7 de noviembre de 1974 se decretó el “Estado de Sitio” y las Fuerzas Armadas volvieron a ocupar un lugar destacado en la represión. ¿Porqué las FF.AA. respondían a la caricatura de gobierno? Básicamente, estaban recuperando el poder político que habían terminado de perder en 1973. Sabían que si la situación seguía así, era solo cuestión de tiempo para un golpe de estado que “pusiera orden” y permitiera una descontrolada violencia monopolizada por el Ejército, la Marina y Aeronáutica. Además, por ridícula que fuera la figura de López Rega, enfrentaban a un enemigo común: “la subversión”, el marxismo, el progresismo, los peronistas de la Resistencia que desde 1955 no abandonaban su lucha en contra del totalitarismo...
López Rega consiguió el cargo de la Secretaría de la Presidencia el 4 de enero de 1975, teniendo bajo su control a la Secretaría General del Gobierno, la Secretaría General Técnica, la Secretaría de Prensa y Difusión y la misma SIDE. Sin embargo, su momento de gloria duró poco. Las medidas del Ministro de Economía Celestino Rodrigo habían dejado en bancarrota al país y se produjo un estallido social que hizo caer estrepitosamente a López Rega y su gabinete. En las manifestaciones del 27 de junio y las huelgas del 7 y 8 de julio, las bases obreras del peronismo sobrepasaron a la burocracia sindical y prácticamente las forzaron a adherirse a las movilizaciones. Ni un mandatario de la talla de Lorenzo Miguel hubiera podido exponerse al suicidio de una oposición tan descarada al sector que supuestamente representaba. La burocracia sindical, por una vez, se vio forzada a adherirse a la protesta de las masas peronistas.
Fue el fin del lopezrreguismo. El Comisario General-Ministro de Trabajo-Secretario de la Presidencia renunció a todos sus cargos y fue enviado en una “misión oficial” a Brasil.
El 24 de marzo de 1976 el último golpe militar puso fin a la ineptitud política de Isabel Martínez de Perón para inaugurar una nueva etapa de terror sin precedentes. La represión que sufrió el pueblo argentino traspasó los límites conocidos de la inmoralidad y la barbarie. ¿La Triple A? Una parte fue absorbida por el Proceso de Reorganización Nacional, que mantuvo los elementos policiales y militares que ya operaban en la presidencia de Isabel Martínez. Otros grupos fueron contactados con la Internacional Negra a través del almirante Emilio Massera. Los sicarios fueron puestos al servicio de las operaciones que se gestarían en la España pos-franquista, destinadas a preservar la hegemonía de los sectores adictos a la nefasta figura del generalísimo.
No hubo, ni durante la presidencia de Isabel Martínez ni durante el Proceso, juicio a los integrantes de las bandas parapoliciales fascistas, si es que se necesita otra contundente prueba de la complicidad entre los 2 estados totalitarios y el terrorismo de derecha.

martes, agosto 14, 2007

Comentario sobre la Triple A

"Actualizo" con la conclusión de un análisis que tuve que hacer hace unos días. Después mando el resto del trabajo ("deja ya de joder con la Triple A!")

Sería insensato suponer que la Triple A fue un fenómeno aislado. Lo mismo si creyéramos que la influencia de la Triple A se limitó al período 1973/1976, y que su actividad fue de la mano junto con el apogeo y la caída de López Rega.
Ahora bien: ¿hasta qué punto la lucha de las Tres A fue dirigida contra la “infiltración marxista”? ¿Cuánto anti-comunismo había en la Alianza Anticomunista Argentina? El único factor combativo relevante que se auto-proclamaba marxista-leninista era el Ejército Revolucionario del Pueblo, y hoy sabemos que la Triple A nunca les lanzó una ofensiva frontal. ¿Quiénes eran los que más sufrían? Aquellos mencionados en los manuales de Zepeda. ¿Cómo es que la Triple A juntó a jerarcas sindicales bonaerenses con criminales de guerra internacionales avalados por fanáticos como Le Pen? En definitiva: ¿asistimos al escarmiento del inexistente comunismo, o al de la Tendencia Revolucionaria del peronismo?
El objetivo de esta reflexión no es sumergirme en un puro análisis semántico, sino vislumbrar el objetivo que se planteaba López Rega. Hoy sabemos que Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y la Juventud Peronista estaban lejos de buscar la dictadura del proletariado y la abolición de la propiedad privada. La “infiltración marxista” que a López Rega le preocupaba en Madrid era simplemente la tendencia combativa, el sector que luchaba para que Perón volviera después de casi 20 años a la Argentina, y el general sabía que necesitaba de esa tendencia.
¿Qué pretendía, entonces, López Rega con la Triple A? ¡Asegurarse la conducción del peronismo! Una vez muerto Perón, López terminaría de desplegar a su ejército y contaría con una espectacular fuerza de choque que le permitiera dar el golpe final a las bases obreras. ¿Y cómo podía tener un respaldo aún mayor? ¿Cómo lograr que los poderosos intereses internacionales avalaran su causa? ¡Utilizando el “fantasma del comunismo”!
Vale destacar que es poco probable que Robert Hill o la CIA se tomaran en serio la posibilidad de una Revolución Comunista en Argentina. Sin embargo, la democratización de un movimiento de masas tan poderoso como el peronismo hacían peligrar los intereses de los Estados Unidos, que querían consolidar una influencia hegemónica sobre una América Latina. Que debía estar, a su vez, en una situación de dependencia colonial. Así que apoyaron, entonces, al proyecto de autoritarismo político de la derecha y pusieron en contacto al Brujo con la Internacional Fascista. De golpe, todos los intereses se vieron luchando juntos: Estados Unidos construyendo su Argentina colonial, los elementos más fanáticos de la Internacional Fascista (batallando en su lucha bíblica contra el “comunismo”) y la miserable corte de López Rega y los sindicalistas traidores como Miguel o Rucci, dispuestos a “copar” el peronismo.
¿Y Perón? Durante toda su carrera política utilizó las contradicciones a su gusto y sacó el mejor provecho de ellas, pero engendró un movimiento contradictorio cuyas facciones quedaron enfrentadas a muerte. No pudo prever que, luego de su muerte, ya no sería capaz de manejar estas contradicciones que ya se le estaban yendo de las manos. Discutir sobre la ideología de Perón es como discutir sobre la presencia de nazis en la Argentina. ¿Era un político excepcional que buscaba la conciliación con todas las tendencias para darle lo mejor al pueblo argentino? ¿O era un manipulador inescrupuloso y carente de ética al que sólo le importaba el poder? Cuestión ideológica que no me siento capaz de analizar. La figura de Perón representa mucho para algunos y despierta un visceral rechazo en otros, y hay un sinfín de argumentos para defender ambas posturas. Si se toma la primera, el peronismo debe realizar una sincera autocrítica para reconocer las consecuencias de las contradicciones. Si se toma la segunda, hay que reconocer que el peronismo logró avances innegables que marcaron profundos cambios en la sociedad argentina.

Es de suma importancia saber que estos pensamientos de ultraderecha sobrevivieron a la década del 70 y sobreviven hasta el día de hoy. La infame aberración que López Rega comandó implicaba intereses mucho más trascendentes que los de él y la derecha peronista. Es así que la Triple A fue absorbida por la dictadura y por la Internacional Negra. Pero es estrictamente necesario apelar a la memoria y a la conciencia política.
Hoy en día se habla de “la época de la ‘subversión’”, y son cada vez más las personas que adhieren a la insultante y simplista “teoría de los 2 demonios”. Otros, directamente, reivindican a los militares olvidando que eran ellos los que, directa e indirectamente, habían iniciado y fogueado la violencia descontrolada.
La falta de memoria es lo que permite que el día de hoy, la página web de la UOM muestre José Ignacio Rucci y a Augusto Vandor como “luchadores destacados del peronismo”, mártires víctimas de infames y cobardes asesinatos. La misma página que muestra a Lorenzo Miguel como un héroe de la conducción sindical.
Sólo mediante la memoria es posible evitar caer en los errores del pasado. Sólo la cultura política de un pueblo hace que este no sea víctima del extremismo y de la violencia paraestatal presentada como solución definitiva.