martes, agosto 19, 2008

Historia violenta en Brooklin (III)

Llegando al final de la mini-saga.

Brooklin estaba desierto pasadas las 4 de la mañana. Ni siquiera las cuadras circundantes a la comisaría ofrecían un reparo muy confiable a la habitual inseguridad del distrito. Lógicamente, no era algo que pudiera preocupar en lo más mínimo a Jack Hamilton: él mismo era una de las tantas personas que hacían de Brooklin un lugar inseguro. Pero estaba parado en un lugar muy distante del de los pandilleros miserables, capaces de apuñalar a un extraviado transehúnte sólo para obtener una billetera. Hamilton era intocable para ellos. Hamilton sólo sería ajusticiado el día que hubiera intereses enormes detrás de alguna operación incomprensible. Tan inmensa, que Hamilton sólo sería un factor más a transformar en una gran sucesión de poderes. Jack Hamilton suspiró: era, en efecto, un profesional, y sabía muy bien dónde estaba parado. Moriría sin que nadie supiera de su existencia, y su eventual asesino no sabría nada de él: sólo se dedicarían a eliminar a toda la cadena de mando. Un negocio siniestro, pero, a fin de cuentas, un buen negocio.

Caminó hasta la comisaría sin cruzarse con nadie. ¿Cuándo habían comenzado los llamados? Tenía que haber sido a las 3 de la mañana: Jack tenía problemas para dormir esa noche, y la última vez que había mirado el reloj eran pasadas las 2 y media. Los grandes cambios habían comenzado, y todos los grandes cambios en el negocio siempre estaban salpicados de sangre.
Jack entró a la comisaría y preguntó por O'Malley. "Soy su abogado", declaró. El policía de la recepción hizo un gesto cansino con la cabeza, apuntando al fondo del pasillo. Acto seguido, Jack Hamilton se dirigió a una puerta custodiada por un oficial cuya placa rezaba "Summers": rostro y nombre conocidos. Hamilton se acercó mecánicamente a la puerta, dirigiéndole al oficial una mirada fugaz seguida de una levísima inclinación con la cabeza: nadie más debía reparar en esa cortesía. Entró en la habitación donde se llevaban a cabo los interrogatorios: Mike O'Malley lo miraba fijamente desde el rincón opuesto, con los brazos cruzados y la furia estampada en su rojizo rostro. Aún en aquella situación, encerrado y privado de cualquier privilegio, el tácito dueño de Brooklin lucía igual de aterrador que siempre. Una pequeña mesa con 2 sillas se interponía entre los hombres.
- Vas a tener que explicarme porqué estoy aquí- exigió el irlandés una vez cerrada la puerta.
Jack Hamilton se tomó su tiempo antes de contestar: la situación era demasiado complicada y decidió sentarse primero.
- Te acusan del asesinato del reverendo.
"Al grano. Con gente como O'Malley, en un caso así, lo mejor es ir al grano"
El irlandés sacó de su bolsillo un atado de cigarrillos y un encendedor.
- Lo mismo que me dijo éste- dijo señalando a la puerta, mientras intentaba hacer funcionar el encendedor -. Imposible. Yo no ordené la muerte del maldito Sullivan. El muy cretino debe haberse fugado luego de la visita de los muchachos.
Hamilton suspiró: venía la parte difícil.
- Summers actúa muy raro- prosiguió O'Malley-. Dijo que las cosas se habían salido de control. "Llame a su abogado, O'Malley..."- se burló impostando una voz nasal - "... pero no espere mucho. Cruzó la línea y hay mucha gente involucrada". Lucía nervioso, el imbécil... No le pago por estar nervioso.
Le dio una larga pitada al cigarrillo y empezó a dar vueltas por la habitación.
- Mike...- dijo Hamilton con cautela - no entiendes la gravedad de la situación: el padre Sullivan está muerto, tus muchachos lo asesinaron. El sepulturero también, y puede ser que haya más víctimas. Por alguna razón, la puta Iglesia se convirtió en una carnicería...
O'Malley se detuvo.
- No puede ser- dijo con la mirada perdida.
Jack Hamilton se mantuvo a la espera.
- ¡No puede ser, un sacerdote! - aulló el irlandés mientras daba un puñetazo en la mesa. El cigarrillo había caído al piso.
- ¡¿Cuál es la excusa?! ¡¿Porqué?! ¡¿Porqué?! ¡Los muy imbéciles...!- por primera vez, el rostro del traficante denotaba sincera preocupación.
"A veces me asusta hasta a mí" reflexionaba Hamilon, manteniendo un respetuoso silencio, mientras reparaba en los casi 2 metros que medía el irlandés.
- Pero no podrán vincularme- agregó mientras se sentaba, tratando de mantener la compostura -. "Obra de dementes", eso dirán los diarios. "Salvaje atentado de los anarquistas", eso es. No, no responderé por el accionar de un puñado de energúmenos que no son capaces de intimidar a un sacerdote.
Por el vidrio opaco de la puerta se distinguía la silueta de otro oficial que ahora conversaba con Summers. Hamilton no supo hasta qué punto era seguro seguir hablando del asunto.
- ¿Confías en él?- le dijo a O'Malley tras un breve silencio, señalando a sus espaldas con la mirada.
- ¿Porqué los perros son fieles a los hombres?- respondió automáticamente O'Malley.
- Porque son estúpidos- terminó de enunciar Jack Hamilton. Le hubiera gustado poder sonreír. Siempre se divertía con esa máxima que O'Malley utilizaba para explicar el funcionamiento del mundo.
- Exacto- dijo O'Malley, sonriendo satisfecho-. No te preocupes. Summers es demasiado estúpido como para traicionarme. Recuerda Jack: nunca delegues responsabilidades en gente inteligente, porque son los que saben utilizar el poder que les otorgas para traicionarte. Desconfía siempre de aquellos capaces de pensar en el beneficio propio.
Jack Hamilton se mantuvo serio. Admiraba a O'Malley, pero los hechos recientes demostraban la falibilidad se su filosofía. El irlandés ignoraba de forma temeraria el infinito potencial destructivo de los imbéciles.
- Me he cuidado las espaldas Jack, no llegué al lugar en el que estoy comportándome como un maldito novato. Conozco las calles y conozco a la gente. El reverendo tenía que callarse de una forma u otra. Seguro: yo no quería que fuera así... Pero quienes cometieron el error serán quienes paguen por él.
- 2 de los tuyos murieron en la Iglesia. Mandaste a 5...- Hamilotn sabía que no podría evitar encarar el tema principal por mucho más tiempo.
- ¿Traición?- O'Malley levantó una ceja - ¿Quiénes sobrevivieron?
- Williams, Jefferson, O'Hara...
- Mátalos a todos. Ni siquiera me interesa lo que haya ocurrido en la Iglesia: ellos habrán de sufrir las consecuencias de comportarse como jodidos cowboys. Conozco la ley: no pueden retenerme por mucho tiempo más. Cuando limpiemos el desorden, la policía se encontrará conque no tiene manera de construir un caso.
Hamilton juntó aire.
- Mike... el FBI tiene a Jefferson.
Mike O'Malley quedó paralizado. Estaba prendiendo su segundo cigarrillo.
- El senador Troy me dijo que ya firmó una declaración, lo tienen encerrado en alguna fortaleza impenetrable. No te hagas ilusiones: Troy sonaba muy molesto, dijo que no volvieras a intentar contactarlo.
O'Malley tronó sus dedos, mirando al vacío. El inerte cigarrillo pendía de sus labios, consumiéndose a sí mismo.
- Le ofrecieron algún pacto espectacular- siguió Jack-. La campaña del reverendo fue lo suficientemente atractiva como para que todo el país saliera a las calles con sus biblias a reclamar tu cabeza. Ahora el FBI tiene a un hombre que puede hablar con lujo de detalles (y, porqué no, inventar alguna que otra historia) acerca de todas tus actividades en Brooklin.
O'Malley estaba pálido. Tenía la expresión de estar buceando en un pantano.
- El senador Troy podría ayudarnos a acceder a Jefferson y asi...
- ... Troy es un hombre de negocios Mike, y hace rato que ya no eres un socio rentable. Ni todo el dinero de todo el whisky del mundo hará que los votantes olviden todo el circo del sacerdote, cuyo broche de oro fue el asesinato tras el cual tú mismo estuviste. ¡Cruzaste la línea! ¡Troy no es estúpido!
La última frase había estado de más.
- ¡Yo no dí esa orden, idiota!- vociferó O'Malley levantando el dedo índice, mientras volvía a estampar la mesa con su manaza izquierda -¡Y nunca vuelvas a cuestionarme!
El líder del hampa se llevó las manos al rostro al mismo tiempo que terminaba de incorporarse. Empezó a caminar por la habitación.
- Construirán un caso... Jefferson dirá lo que los muy malditos quieran que diga... y construirán un caso. ¿Bastará con su testimonio para encerrarme de por vida?
Era una pregunta retórica, y Hamilton sabía que debía permanecer callado.
O'Malley se detuvo y comenzó a asentir con cara de resignación.
- Asegúrate de que sea el único testimonio. No me importa morir en la cárcel, pero no toleraré que se ridiculice mi nombre. Esta es la última vez que se meten con Mike O'Malley- dijo con un tono calmo pero severo.
Jack Hamilton no esperó más y se incorporó. Hubiera saludado a O'Malley, pero éste ahora la daba la espalda y prendía su tercer cigarrillo. Salió de la habitación y de la comisaría sin cruzar la mirada con nadie. Fue la última vez que vio al Amo del Escarmiento.

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Una vez más, caminaba solo por las calles de Brooklin, esta vez con su cartuchera y su Colt de 6 balas cargada. Jefferson no tenía ningún tipo de familia, así que era totalmente inabordable. Williams... bueno, todos sabían que era poco más que un primate con la capacidad de oprimir correctamente un gatillo: ya habría tiempo de sobra para llegar a él. Hamilton pensó en O'Malley: no se podía contar con la gente capaz de pensar en el beneficio propio, el senador era la prueba viviente de ello. Del otro lado de la moneda, gente como Williams era la que terminaba por convertir un llamado de atención en una masacre de 4 muertos o más. "El negocio", murmuró.
Hamilton se detuvo frente a la modesta casa de O'Hara y golpeó la puerta. Un hombre bajito y regordete le abrió con sorprendente velocidad.
- Jack- murmuró con un hilo de voz-. Pasa, pasa...
Esperaba que las circunstancias no tuvieran que volverse violentas. Todavía no era lo suficientemente cínico como para dar por sentado que O'Hara era un traidor, o un descerebrado.
Estaban en un pequeño hall escuro con escaleras. A los costados estaban el comedor y el living.
- Un desastre, un verdadero desastre...- siguió mascullando el hombrecito mientras cerraba la puerta.
- O'Malley está preso.
El dueño de casa hizo una breve pausa y volvió a hablar:
- Maldita sea... No tardará en salir. Todo fue culpa de Brown y Ledger, realmente no hubo ninguna necesidad de...
- O'Hara...- Hamilton había reparado en un pequeño bolso de viaje al pie de las escaleras - ¿qué es eso?
O'Hara se dio vuelta, nervioso.
- ¿Eso? ¿Qué crees, Jack? Voy a Boston, a buscar a Williams. El muy cretino desapareció ni bien salimos de la Iglesia y desde entonces no he parado de seguirle el rastro. Ni siquiera he dormido...
Hamilton ni se inmutó. Sólo asintió una vez al escuchar la palabra "Boston": recordaba que Williams tenía familiares allí.
- Si me preguntas, creo que intenta desligarse de todo esto- agregó mientras se inclinaba para recoger el bolso-. Pero no: tendrá que darle a O'Malley las explicaciones que se merece, él estuvo tan presente como yo.
- ¿Y Jefferson?- disparó con calma Jack.
O'Hara se quedó en silencio un rato, con una expresión indescifrable en la que se mezclaban el miedo y la perplejidad.
- Jack... Jefferson está muerto...
- No, Ronald, no está muerto. Y el hecho de que me digas eso significa que eres un estúpido o, lo que es peor, que intentas tomarme a mí por estúpido- espetó Hamilton.
- Jack, yo no...
- ¿Jefferson se puso en contacto contigo? ¿Algún llamado en las últimas 3 o 4 horas?
- ¡Por Dios, Jack! Eso es imposible...
- Colabora, ¿quieres?- dijo Hamilton, cansado. Acababa de sacar su revólver y apuntaba firmemente a O'Hara.
- Ronald...?
Ambos hombres giraron la cabeza hacia arriba. Una figura femenina estaba parada al pie de las escaleras, a punto de bajar. Llevaba también un bolso de viaje.
Hamilton suspiró.
- ¿Tu mujer también quiere encontrarse con Williams?- ironizó.
- No, Jack...- sollozó O'Hara.
- ¿Jefferson llamó?- ahora apuntaba a la mujer, que había quedado paralizada al pie de las escaleras.
- ¡Jack, te lo ruego!
- ¿Jefferson llamó?
- ¡Fue la policía, Jack!- estalló O'Hara -¡Quieren que nos encontremos con Jefferson! Ya todo ha terminado, Jack. ¡O'Malley está acabado y tú debes salvarte como nosotros!
- Tú no vas a salvarte- dijo Hamilton un segundo antes de dispararle en el estómago a la mujer, que cayó estrépitosamente por las escaleras.
- ¡Noooooo! ¡Josephine!- gritó O'Hara corriendo hacia las escaleras.
Hamilton se hizo a un lado. Cuando O'Hara se arrodilló sobre ella, ya había caído al piso.
- ¡Josephine...!
Otro disparo. Ronald O'Hara yacía ahora sobre el cuerpo de su mujer, con un agujero de bala en la espalda. Jack se acercó lentamente y le dio un disparo de gracia a cada uno, en las sienes. Quedaban 2 balas en su revólver.
Se quedó unos minutos contemplando la morbosa escena. En parte estaba compungido: O'Hara siempre le había caído bien, y en menos de 6 horas tuvo que descubir que se trataba de un inepto y, como si fuera poco, un traidor. Eran motivos de sobra para llevar a cabo el procedimiento estándar, pero le hubiera gustado recibir alguna explicación satisfactoria, por parte de O'Hara, que le hubiese ahorrado lo que acababa de hacer. Se disponía a abandonar la escena del crimen cuando...
- Mamá...?
"Mierda" Lo había olvidado. Los O'Hara tenían un hijo, de unos 12 o 13 años. Subió las escaleras con desgano. En momentos así, odiaba su trabajo.

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Salió de la casa con el revólver vacío, reafirmándose a sí mismo que nunca tendría hijos. Acababa de demostrar empíricamente que el mundo era un lugar demasiado horrendo para un niño inocente. Siendo conciente de esta realidad, el hecho de tener un hijo constituía, además de una molestia, una cruda muestra de sadismo innecesario.
Era el principio del fin. O'Hara estaba directamente involucrado en la masacre, pero no era sino el primero de una larga lista de personas a silenciar. La era de O'Malley había terminado: era su deber (y su trabajo) que todo ocurriera de la forma más rápida y "prolija" posible. ¿Reclamaría él mismo un lugar en la nueva organización? Tendría que pensarlo... Pero podía especular con bastante presición sobre el futuro inmediato: terminada la limpieza, más tarde o más temprano, los italianos se avalanzarían como buitres sobre el barrio. Los irlandeses estarían necesariamente debilitados, y la sola idea de defender el vecindario con los pocos sobrevivientes de confianza resultaba epopéyica. No... muy arriesgado... La muerte del reverendo había sido, en efecto, un punto sin retorno. Habría que esperar en la sombra y ver cómo se desenvolvieran los acontecimientos. Mientras tanto, quedaba trabajo por hacer, y luego de caminar un par de cuadras volvió a cargar su revólver. Fue la última vez que se metieron con Mike O'Malley. Y nadie en Brooklin olvidaría jamás su último escarmiento.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Decepcionante!¡Innecesariamente decepcionante!¡Busqué en el margen del Blog y no hallé al Martir Napolitano! How Could You?¡Dijiste que podía funcionar! :p
Entretenida historia, pero le falto algo de sexo y escenas de Darth Vader :D
Fete Was Here!

Anónimo dijo...

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xvr dijo...

Esto está más muerto que Boris Yeltsin (?)

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Muy buen post, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)